En junio de 2022, el ecosistema cripto marcó un hito histórico: se superó por primera vez la cifra de un millón de criptomonedas activas registradas en plataformas como CoinMarketCap[1]. Para entonces, ya se encendían algunas alarmas, aunque muchos preferían mirar hacia otro lado, confiando en la narrativa de la “descentralización” como sinónimo de libertad, innovación y progreso económico. Sin embargo, la realidad, hoy más que nunca, obliga a repensar esa euforia.
A día de hoy —abril de 2025— ya se rastrean más de 14 millones de criptomonedas, según los últimos datos de CoinMarketCap. Solo en el último mes, se han creado más de 1,8 millones, con una media superior a 60.000 nuevas criptos al día. ¿La pregunta es obvia, pero crucial: para qué?
La especulación cripto
Lo primero que conviene aclarar es que la mayoría de estas “nuevas criptomonedas” no tienen utilidad real, ni tecnología innovadora, ni propósito definido. Se generan de forma automatizada en cadenas como Solana mediante contratos inteligentes copiados, muchas veces sin cambios respecto al anterior. El bajo coste de producción y la falta de regulación convierten a este mercado en un entorno ideal para la especulación… y para el fraude.
Crear una criptomoneda hoy es tan sencillo como crear una página web en plena fiebre de las puntocom. En apenas unos clics, cualquier usuario con conocimientos técnicos básicos puede lanzar un token y, con un poco de marketing agresivo —frecuentemente amplificado por influencers sin escrúpulos—, generar una burbuja de atención artificial. Muchos de estos proyectos replican una estructura vacía: sin innovación, sin hoja de ruta, sin equipo real. Solo el envoltorio de una promesa de futuro rápido. Y, como ya ocurrió a comienzos de los 2000, el patrón se repite: una avalancha de proyectos sin sustancia, una euforia alimentada por la novedad tecnológica… y un colapso anunciado. Ya sabemos cómo acabó aquello.
Cuando la política entra al juego
En los últimos años, hemos visto cómo ciertas figuras políticas han coqueteado abiertamente con el universo cripto. Ya no solo como tema de campaña o símbolo de modernidad, sino como parte activa de una narrativa de “liberación” económica que, en la práctica, ha servido también para alimentar burbujas y legitimar proyectos de dudosa transparencia.
Uno de los casos más llamativos es el de Donald Trump, quien lanzó su propia criptomoneda, $TRUMP, en enero de 2025, bajo el lema de ser el “único memecoin oficial de Trump”. Aunque el expresidente ha negado su implicación directa, entidades vinculadas a su entorno —como CIC Digital LLC y Fight Fight Fight LLC— controlan aproximadamente el 80 % del suministro total. El impacto fue inmediato: en apenas dos días, el token pasó de costar unos 6$ a alcanzar un máximo histórico de 75,35$, con una capitalización de mercado superior a los 13.000 millones. Lo llamativo no fue solo el ascenso meteórico, sino la caída posterior: desde ese pico, la moneda ha perdido más del 90 % de su valor, cotizando actualmente en torno a los 7,50$. Mientras miles de pequeños inversores han sufrido pérdidas, las entidades emisoras han recaudado más de 350 millones de dólares en comisiones y ventas de tokens[2]. Un caso paradigmático de cómo el culto a la personalidad puede transformarse en un producto financiero volátil y lucrativo… para unos pocos.
No es un fenómeno aislado. Apenas dos días después del lanzamiento de $TRUMP, Melania Trump estrenó su propio token, $MELANIA, con una estructura similar. Aunque en sus primeras horas atrajo cierta atención mediática, pronto se supo que el 90 % del suministro estaba en manos de una única billetera, y se detectaron transferencias de más de 30 millones de dólares desde los fondos comunitarios hacia carteras privadas. El token se desplomó en cuestión de días, generando nuevas sospechas sobre su propósito real y alimentando las críticas sobre el uso especulativo de la imagen pública en mercados cripto tan opacos como volátiles.
En América Latina, la narrativa libertaria de las criptomonedas también ha calado con fuerza, especialmente de la mano del presidente argentino Javier Milei, quien defiende con entusiasmo su uso como herramienta para «liberar al ciudadano del yugo estatal». No obstante, su implicación en el escándalo de $LIBRA en febrero de 2025 supuso un punto de inflexión. Tras promocionar abiertamente esta criptomoneda en redes sociales, el valor del token se disparó. Pero poco después, los desarrolladores —que controlaban más del 70 % del suministro— liquidaron sus posiciones de golpe, provocando un desplome del 85 % en su cotización. El caso, bautizado como “Libragate”, acabó en los tribunales con acusaciones de manipulación de mercado, estafa y abuso de autoridad[3].
Un sistema al borde del colapso
Con más de 14 millones de criptomonedas y subiendo, el sistema se parece cada vez más a una jungla donde es casi imposible distinguir lo legítimo de lo fraudulento. Esta inflación de tokens, lejos de reflejar innovación genuina, es el síntoma de un mercado desbordado, con una economía paralela plagada de trampas, falta de control y ausencia total de garantías.
Esta saturación no solo complica el trabajo de los reguladores, que apenas alcanzan a rastrear y fiscalizar los millones de tokens que nacen cada mes, sino que también desorienta a los propios usuarios. En un entorno así, cada nuevo inversor entra a ciegas, con un alto riesgo de caer en proyectos puramente especulativos o directamente fraudulentos.
Aprender a detectar señales de alerta es, por tanto, una cuestión de supervivencia. Una criptomoneda que no tiene página web verificable, ni equipo detrás con identidad pública, ni hoja de ruta técnica clara, debería levantar sospechas inmediatas. Si su único atractivo es “subir rápido” o se presenta con estética de broma o culto a una figura pública, la prudencia se impone. También conviene examinar si la mayor parte de los tokens están en manos de pocas billeteras —lo que puede dar pie a manipulaciones de precio— y si el contrato ha sido auditado o no. Promesas de rentabilidades garantizadas, sorteos y regalos constantes, o presión para invertir “antes de que sea tarde”, el clásico FOMO (Fear of Missing Out), son clásicos patrones de fraude digital.
La respuesta, como siempre, pasa por la educación financiera. Formarnos es la mejor herramienta para no dejarnos arrastrar por modas peligrosas o promesas de riqueza inmediata. Entender cómo funciona la tecnología blockchain, cómo se construye el valor de un activo, y qué riesgos lleva consigo cada operación, nos permite decidir con criterio, desconfiar cuando toca, y sobre todo, proteger nuestros ahorros.
Desde Edufinet, trabajamos precisamente en esa dirección. A través de contenidos específicos sobre criptomonedas, blockchain y finanzas digitales, ofrecemos recursos para que cualquier persona, sin necesidad de formación previa, pueda entender este entorno, tomar decisiones más informadas y prevenir fraudes. Un ejemplo de ello es el portal Tecnología Financiera de Edufinet (EdufiTech) donde se abordan estos temas de manera clara, didáctica y actualizada. El conocimiento es, hoy más que nunca, una forma de protección personal.
[1] CoinMarketCap. https://coinmarketcap.com/charts/number-of-cryptocurrencies-tracked/
[2] MarketWatch. https://www.marketwatch.com/story/about-300-million-in-trump-meme-coins-unlock-thursday-but-the-crypto-is-down-90-from-its-all-time-high-4514e2d7
[3] ccn.com. https://www.ccn.com/education/crypto/argentina-president-milei-libragate-memecoin-scandal-explained/